Por Nayen Pavez Pedraza
Coordinadora Línea de Formación Innovadora Atacama
Centro de Liderazgo Educativo +Comunidad
En el marco de una nueva conmemoración del día internacional de la eliminación de la violencia contra las mujeres, nace nuevamente una reflexión asociada a los tipos de violencia a los que muchas mujeres y niñas nos hemos visto expuestas a lo largo de nuestra historia vital.
Al iniciar este año escolar, posterior a la conmemoración del 8M, nos encontramos viendo por los medios de comunicación una nueva marcha, liderada por las estudiantes de la comuna de Providencia, denunciando diversas formas de violencia que se han visto expuestas por estudiantes del Liceo Lastarria. ¿Cuáles eran estas denuncias? amenazas sobre la divulgación de fotos de carácter íntimo y llamados a violaciones en manada por parte de estos jóvenes.
Las mujeres, niñas y diversidades hemos sido objeto de opresión y abusos de manera histórica. Y pensar que existe esa posibilidad, de poder agredir y amenazar, es prueba de la apropiación que el sistema machista ha utilizado con nuestros cuerpos.
La violencia de género, y por ello la violencia machista que está instalada en la escuela no es un fenómeno nuevo en nuestro sistema social, y por ello, la naturalización que durante siglos se ha instalado en el sistema escolar y posteriormente su problematización, ha generado que hoy se desarrollen diversos mecanismos de denuncia, que permiten poder controlar, o más bien contener, estos actos de violencia explícita. Sin embargo, ¿Realmente se puede confiar en que, a través de estas normativas y mecanismos, las mujeres e infancias conquistaremos nuestros derechos y estaremos seguras en ambientes libres de violencia?
La transformación profunda y real en el mundo educativo contra la violencia machista requiere ser mirada desde una perspectiva integral. Involucrando a todos y todas las personas que son parte del sistema social y educativo de cada comunidad, es decir, si bien las relaciones comunitarias son importantes considerar, poder llegar al aula, al núcleo pedagógico, es fundamental para los cambios esperados. Porque, desde lo pedagógico, no da lo mismo “el que”, ni “el cómo”, ni mucho menos el ”para qué” se educa, dado que desde ahí podemos incorporar una perspectiva de género y no sexista.
En este sentido, es preocupante que la formación inicial docente, muchas veces carezca de elementos que permitan nutrir el análisis desde el género y la violencia machista que atraviesan la forma de mirar el mundo en el contexto educativo. La educación, en sus dimensiones informal y formal, ha logrado contribuir de manera recóndita y significativa a la creación de relaciones jerarquizadas de poder. No es posible desconocer esta situación.
Es necesario que las mallas de formación para nuestras profesoras/es contemplen temáticas críticas en la forma en la cual estamos enfrentando la violencia, no sólo desde los contenidos curriculares, sino que también desde las relaciones de poder que se encuentran dentro del aula. Comprender la forma en la cual está estructurado el conocimiento es fundamental, toda vez que, como señala Julieta Kirkwood en Feminarios, el conocimiento se ha “constituido, elaborado, transmitido, impuesto y legitimado desde el poder masculino”, y esos elementos aún están presenten en las salas de clases, sin desconocer ni olvidar las diversas discriminaciones de raza y clase.
Por tanto, seguir desarrollando mecanismo de denuncia, no es suficiente, seguimos actuando desde lo emergente, invisibilizando los dolores y heridas a las que nuestras infancias se exponen diariamente en el contexto escolar. Necesitamos transformaciones profundas, desde la formación inicial, hasta la instalación de espacios de acompañamiento y análisis sobre Educación Sexual Integral (ESI). No solo desde la prevención de embarazos, ni ETS, sino también, la integralidad que busca esta forma de acompañar a nuestras infancias, desde las relaciones de afecto, la aceptación a la diversidad, desde la inclusión de las múltiples formas de existencia que se encuentran en la escuela, desde la visión crítica y la ciudadanía. La escuela ya no puede mirar la educación desde lo binario. Personas trans, no binarias, de género fluido están en nuestros espacios educativos y muchas veces siendo sobrevivientes de diversas violencias invisibilizadas por quienes habitamos en la comunidad escolar.
Necesitamos entender la educación como un acompañamiento hacia la ciudadanía, para ello, el discurso establecido e inclusive aprendido, en el que hombres y mujeres, niños y niñas se les enseña por igual, no considera la diversidad. Necesitamos un cambio y transformación radical del sistema que cuestione la violencia desde los diversos fuertes que tiene para legitimarse, porque no es posible, que nuestras infancias, niñas y jóvenes deban salir a marchar nuevamente por una vida libre de violencia al interior de la institución escolar.
Agregar un comentario