Mg. Nayen Pavez Pedraza
Académica Departamento de Psicología. Universidad de Atacama
Colaboradora Centro de Liderazgo Más Comunidad
En el marco del día de la maternidad libre y voluntaria, se hace necesario reflexionar sobre el rol que históricamente el sistema social ha instalado en el cuerpo de las mujeres, y sobre cómo nos hemos encontrado insertas en una estructura que nos regula y posiciona en un mundo muchas veces desventajoso para nuestro desarrollo.
Analizar la violencia hacia las mujeres desde una postura socioestructural, permite comprender que los mecanismos que han configurado al sistema político y económico funcionan como detonantes de espacios y acciones de opresión y condiciones de violencia., manifestándose esto en la imposición de roles y estereotipos sobre las mujeres, configurando un destino que pareciera previamente definido como, por ejemplo, el de ser madres.
A lo largo de la historia, ha existido una tensión importante entre lo que conocemos como maternidad y la problematización que existe sobre la violencia de este rol. La maternidad ha sido durante mucho tiempo definida por normas y expectativas arraigadas cultural y socialmente que se materializan en discursos y acciones que cargan esta experiencia de significados agobiantes sobre cómo se debe asumir este rol social
Desde una perspectiva feminista, la maternidad es mucho más que simplemente concebir, parir y criar hijos e hijas, sino que también conlleva elementos que frecuentemente son invisibilizados y desplegados sólo al ámbito doméstico, al espacio privado. Desde esta posición, la maternidad es un proceso profundamente personal que está intrínsecamente ligado a la autonomía y la libertad de las mujeres para tomar decisiones sobre sus cuerpos, sus vidas y futuro. Adrianne Rich, en su obra Nacemos de mujer, la maternidad como experiencia e institución, sostiene que “la maternidad sin autonomía, sin decisión, es uno de los caminos que más rápido conduce a la sensación de haber perdido el control” (Rich, 1986, pp. 183-184).
En el contexto actual, la maternidad, visualizada como una construcción colectiva, simbólica y como ejercicio social, es una figura que representa diariamente los mandatos patriarcales que existen en el orden social hegemónico, destacándose elementos heredados que delatan con fuerza la permanencia de discursos dominantes que sostienen los prejuicios sobre la misma.
En la sociedad actual se complejiza el análisis y la problematización de prácticas y discursos de violencia que someten a las mujeres a seguir mandatos sociales propios de una estructura patriarcal y capitalista, dado a que estas se han instalado en las narrativas de gran parte de la población. Es así como, de acuerdo a Esther Vivas (2019) “El ideal materno oscila entre la madre sacrificada, al servicio de la familia y las criaturas, y la superwoman, capaz de llegar a todo compaginando trabajo y crianza. […]” (p. 21), es decir, se constituye una naturalización de la explotación permanente de las mujeres que deciden cumplir ese rol.
La maternidad no debería ser un espacio solitario y sacrificial, como a su vez no debería ser una imposición social. En lugar de eso, debe ser una elección informada y consciente que las mujeres puedan tomar según sus propias circunstancias, deseos y aspiraciones; y donde la maternidad pueda verse desde una mirada y responsabilidad colectiva. Sin embargo, esta mirada implica la necesidad de garantizar el acceso a la educación sexual integral, a la salud reproductiva y a opciones contraceptivas efectivas, así como a políticas de conciliación laboral y familiar que permitan a las mujeres combinar la maternidad con otras facetas de sus vidas, como la carrera profesional o el desarrollo personal.
Es importante abordar las desigualdades sistémicas que enfrentan las mujeres en el ámbito de la maternidad. Esto incluye la brecha salarial de género, la carga desproporcionada de trabajo doméstico y de cuidado no remunerado, la medicalización excesiva del parto, entre otros temas. Estas injusticias perpetúan la desigualdad de género y limitan las opciones y oportunidades de las mujeres en todas las facetas de sus vidas.
Finalmente, se debe dejar de comprender la maternidad como un ejercicio en solitario y, junto a la crianza, deben ser reivindicadas como un ejercicio de responsabilidad colectiva y, a su vez, considerar y reconocer a la madre como sujeta política.
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