La doctora en Ciencias Humanas de la Universidad Austral, Elizabeth Martínez, ha desarrollado una significativa labor en la academia, sosteniendo las prácticas educativas como un espacio de gestión y construcción de comunidad. Su trayectoria la ha desarrollado gracias a su experiencia como docente y jefa de la unidad técnico-pedagógica en equipos directivos, facilitando e implementando estrategias de evaluación, prácticas inclusivas y el desarrollo de modelos educativos transversales, que permitan fortalecer los aprendizajes de la comunidad estudiantil.
En conversación con +Comunidad, en el marco del lanzamiento del nuevo Cuaderno de Apoyo para la Mejora Escolar, profundizó sobre los alcances de la perspectiva de género, comprendido como un enfoque educativo que trasciende lo concebido socialmente: más allá de dotar los contenidos con esta perspectiva, se trata de una manera de pensar el aprendizaje, que permite alcanzar otras formas de construir la noción de conocimiento en contextos educativos.
“Es tener autoconciencia de nuestras identidades, validar al otro y generar prácticas dialogantes, menos jerárquicas. Estas son miradas que se han construido en un modelo patriarcal que tiene estas marcas de autoridad, que no digo que sea de hombres y mujeres, sino que tiene que ver con una conciencia ideológica de cómo construimos las relaciones. Entonces, la perspectiva de género va más allá de pensar en la diferencia entre hombres y mujeres, o en darle más espacio a las mujeres, sino en repensar esas lógicas para introducirlas en el currículum, metodologías, creencias y formas de aprendizaje”, describe sobre este enfoque.
Desde su visión, en la actualidad aún existe cierto temor frente al estudio y desarrollo de planes orientados a esta temática, donde la política pública debiera promover un diálogo “más abierto”, que vaya más allá de los indicadores de género tradicionalmente abordados. “Tenemos una sociedad todavía muy centrada en el patriarcado, que mira con cierto temor y cuidado lo que implica el estudio y el desarrollo de planes, por ejemplo, que guarden relación con la afectividad, la sexualidad, con el reconocimiento y elementos identitarios”, explica la académica.
Desafíos en la Institucionalidad
Existe un marco normativo que favorece y resguarda el derecho de niños, niñas, adolescentes y personas adultas en torno a una educación sin sesgos. Sin embargo, los desafíos que de ella emanan a nivel institucional deben observarse sistémicamente en diferentes esferas, para hacer una radiografía de los espacios donde es posible implementar y socializar perspectivas de género. “Esas políticas públicas deben llegar a la escuela en estas micropolíticas instaladas a nivel de las autonomías institucionales, donde la gestión de la institución debe abordar prácticas internas que faciliten que no sólo los docentes, sino que toda la comunidad integre esta perspectiva de género”, expresa la académica.
“La política pública está al debe con factores mucho más potentes de trabajo que lleguen y se inserten a la escuela, con un diálogo social más abierto que permita sensibilizar y socializar, más allá de que maten a las mujeres, de que exista igualdad de remuneración, de los cargos de poder están asociados a los varones; pese a que siguen siendo potentes indicadores de brechas de género. Hay factores de desarrollo social identitario que también deben ingresar a la escuela y al aula para que niños, niñas y jóvenes puedan vivenciar ese proceso dialógico de conocer y reconstruir estereotipos sociales que han definido de manera diferenciada a hombres y mujeres, que además invisibiliza la diferencia o las diversidades”, agregó.
¿Qué implica incorporar la perspectiva de género en la gestión?
“Pensarnos en lo que conlleva definir y eliminar barreras de desigualdad, trabajar por una educación que permita dialogar con los contextos sociales y las diferencias, e incorporarlas en los espacios de gestión. Donde estas prácticas de formación ciudadana nos hagan vivir la experiencia de validación del otro, de definir horizontes comunes y hacernos cargo también que estas diferencias sociales que han marcado ciertos estereotipos de género deben ser redefinidas. De buscar estrategias institucionales para que ese posicionamiento social sobre el género binario, antagónico, jerárquico, pueda ir planteándose en las prácticas institucionales que desarrollamos y que la gestión del liderazgo, de la convivencia escolar y de los objetivos, deben incorporar en sus planes”.
¿Cómo podemos traducir ello en la práctica?
Dentro de los elementos centrales podemos pensar —por ejemplo— en unidades de género que se constituyan dentro de los sistemas educativos, así como existen las duplas psicosociales. Con políticas internas no sólo para la prevención de acoso y violencias, que ha avanzado más rápido, sino también con una línea de sensibilización, de reconocimiento, hacia la igualdad de condiciones, a una educación que sea compartida, socializada y dialogante. También puede facilitar mucho la sensibilización si es también vista como una unidad que trabaje con perspectiva y políticas internas, para que se cruce con el manual de convivencia, el PEI y el reglamento interno.
La potencialidad del Currículum
El Ministerio de Educación establece en el currículum los rangos mínimos de aprendizajes y contenidos para que sea implementado en los contextos educativos. Para una mirada con perspectiva de género, es en esta primera instancia donde es posible visualizar ciertas bases curriculares ya definidas, de las cuales emergen los planes y programas de estudios. Es allí donde la académica propone una mirada con más precisión a las referencias bibliográficas con las que se trabaja: la inserción de mujeres en esas referencias y en los estudios que se realizan: quién construye el conocimiento desde donde se vincula.
Otro foco está centrado exclusivamente en el tipo de contenido trabajado bajo estos marcos curriculares: hacia dónde apuntan, qué tipo de roles sociales están vinculados a mujeres y hombres, cómo están visibilizadas las diversidades, qué tipo de material se estudia y cuáles son las imágenes que están incorporadas en los documentos o textos escolares que van a responder al plan de estudios; por ser también construido al alero de esta visión.
“La praxis del currículum nos hace sentido cuando conocemos todo este espacio identitario y territorial de los estudiantes para vivir, desde esos espacios, la acción del currículum, donde nuestras metodologías, la dotación de contenidos que el currículum genera, entrega posibilidades, pero quien dota de contenido es el espacio educativo donde se implementa. Ese currículum va generando viveza, y si en esas prácticas no tenemos conciencia de que el género va más allá que estereotipar lo que hombres y mujeres son o deben hacer, hay un desafío importante en pensar cómo hacer un currículum que se cruce con una perspectiva de género”, enfatiza Elizabeth Martínez.
¿Cómo observamos esta propuesta curricular en el contexto donde experimentamos el currículum?
Profundizando en cuáles son las realidades y creencias de nuestros estudiantes, así como en la visión de padres y apoderados acerca de estas marcas estereotipadas y la designación de roles sociales —ya sean binarios, antagónicos o jerarquizados— que definen las diferencias. Preguntarnos dónde está el protagonismo, por ejemplo, de hombres, mujeres y diversidades. Si es que son visibles o no y en qué tipo de textos podemos encontrarlo.
En cuanto a la docencia, es posible enfocarnos en qué tipo de textos utilizamos, qué discursos observamos y qué prácticas empleamos metodológicamente cuando trabajamos con ese currículum: a qué le damos apertura. En este sentido, también hay que poner atención en cuáles son las creencias de los profesores, ya que algunos creen que las mujeres son mejores para el lenguaje y los hombres para las matemáticas; y esas creencias generan diferencias entre ambos de acuerdo a las asignaturas.
También hay espacios menos visibles en la prácticas que desarrollamos, que hacen referencia a los objetivos transversales del desarrollo de los sujetos que van al currículum: pensar en los derechos humanos con perspectiva de género y diversidad, abriendo no sólo el diálogo sobre el tema, sino a pensar en nuestras prácticas educativas con perspectiva de género.
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